Miguel Espinosa
Escuela de Mandarines
CAP�TULO
19. Los Degolladores
Mosencio narr� as�:
I
Cuando
Cirilo, el Proc�nsul, degoll� al �ltimo de los municipalizantes, en el a�o
1030020 de la Feliz Gobernaci�n, cont� los muertos y vio que pasaban de
seiscientos mil, por lo cual decidi� dar por conclusa la represi�n y volver a
la Ciudad. En el camino encontr� a Calvo y Salvador, que ven�an de cumplir id�ntica
misi�n en otras provincias. Los tres espadas se abrazaron e hicieron desfilar
sus ej�rcitos, los soldados de peque�o esqueleto, los soldados de ojos
cargados y los soldados analfabetos. Despu�s, sin mayores consultas, formaron
un Triunvirato para regir el Imperio bajo la vig�a de sus legiones. A esto se
llam� Pacto de los Degolladores.
Conocida
la noticia, los mandarines quedaron perplejos. Su Tolerancia produjo
inmediatamente esta Sentencia: �Todos los sucesos pertenecen a la Divinidad, y
estos dictadores son un suceso. Recibidles, pues, como a enviados de los dioses�.
Una
ma�ana se form� la procesi�n para entregar el Mando a los nuevos amos. Los
Degolladores llegaron al Palacio de los Compromisos y entraron en la Morada de
las Leyesl, donde les esperaba el Gran
Padre, que, en vi�ndoles, susurr� con dulzura:
―�D�nde
est�n los salvadores?
―Yo
soy Salvador, porque as� me nombr� la famulilla2
y as� me llaman los soldados ―replic�
el Proc�nsul Salvador.
―Parvulito,
aunque Salvador sea tu nombre, sois tres los salvadores ―aclar�
Su Tolerancia.
―�No
es verdad! ―espet�
el Degollador ante la mirada de su analfabeta guardia―.
S�lo yo soy Salvador; �ste se llama Calvo, y aqu�l, Cirilo. No hay m�s que
un Salvador entre nosotros
―Disponibilidad,
mi hermano ―dijo
oportunamente Proc�nsul Cirilo―,
hemos venido a heredar el Mando, y no a discutir de nombres. Dem�s que nunca se
design� a los dictadores con el propio, sino con ciertos alias. �No es as�,
Tolerancia?
―As�
es, hijo. El Consejo Decisorio os titular� Pacificadores, Gu�as, Conductores y
Salvadores ―contest�
el Cara Pocha.
Inmediatamente
comenzaron las ceremonias. Los ac�litos recitaron el texto: �Vine a
intermediar entre el Pueblo y los mandarines, para que exista una v�a entre las
Primeras y las �ltimas Cosas�.
―�Oyes,
Cirilo? �Qu� es esto? ―pregunt�
Salvador―. O soy
bobo o el Libro est� fuera de moda, porque habla de un dictador, y ahora somos
tres.
Pero
sus compa�eros le hicieron postrarse con ellos ante pies del Gran Padre, que
extendi� solemnemente las manos y declar�:
―Parvulitos,
la guerra os dio la espontaneidad de las Cosas Primeras, pero en la Gobernaci�n
habr�is de buscar la profundidad de las Cosas �ltimas. Si por aqu�lla
fuisteis suceso, por �stas ser�is Derecho.
―Padre,
�qu� son las Cosas �ltimas? ―pregunt�
Cirilo con cierta precipitaci�n y como para evitar que Salvador tomara la
palabra.
―Hijo,
las Cosas �ltimas son las cosas de los mandarines3
―repuso el
Calificador de los Hechos.
De
esta manera comenzaron a imperar los Degolladores. Pero como el gobierno de tres
sicarios es un r�gimen de transici�n, pronto surgieron las desavenencias. Un d�a,
Cirilo habl� as� a Salvador:
―
Totalidad4, porque la Ley antigua proh�be
la presencia de soldados extranjeros en la Ciudad, voy a licenciar mis legiones
de peque�o esqueleto. Celebremos el acontecimiento con un banquete.
Los
espadas comieron y bebieron. En la embriaguez, Salar pregunt� a Cirilo:
―
Mi anfitri�n, �ad�nde van los dictadores cuando cierran el ojo y estiran la
pata?5
―
A la Gloria de los Dictadores, porque los Cielos se hicieron para los
mandarines, los dictadores y la gente importante. Ya lo ver�s, mi hu�sped ―repuso
Cirilo.
Y,
en efecto, aquella misma noche muri� Salvador, porque el otro hab�a envenenado
la comida. Al volver del solemne entierro, el Proc�nsul Calvo abraz� al
envenenador y le espet�:
―
Mi semejante, ahora que ha muerto Salvador, he decidido licenciar mis gentes de
ojos cargados, pues la norma de nuestros padres no quiere soldados extranjeros
en la Metr�poli. Conmemoremos con una cena este regreso a la legalidad.
Apenas
hubo o�do, Cirilo abandon� la Ciudad, llevando consigo las legiones de peque�o
esqueleto, por lo cual se declar� la guerra entre ambos estacas.
II
Calvo
invern� en la Metr�poli. Cuando lleg� la primavera, determin� agrupar sus
fuerzas y salir en busca de Cirilo, ya due�o de siete provincias. As�
dispuesto, reuni� a los mandarines y manifest�:
―
Capacidades, sab�is que Salvador destrip� por vuestra recomendaci�n a
doscientos mil siete municipalizantes, y esto porque le cupo en suerte una zona
poco poblada. Al grito de �dioses y propiedad�, yo le vi lanzar sus carros
contra la chusma de Tebanio. Aquella ma�ana despanzurr� quince mil ni�os,
para evitar el fruto de la semilla, pero luego comenz� a llover. Vosotros le
condecorasteis en justa recompensa. Tambi�n sab�is que Cirilo envenen� al h�roe
sin contar con nadie. Por �ltimo, conoc�is mis Leyes sobre la Defensa del
Estado, la Quinta de las cuales reza: �Quien matare a un Dictador, sea genocida�.
En consecuencia, condenad a Cirilo.
―
Mil razones tenemos para condenar al hijo de Fabia6
―contestaron los
crep�sculos pensantes―.
Le condenamos, pues, por abandonar la Ciudad sin nuestro permiso. �Est�s
satisfecho?
―
Quiero m�s. Voy a guerrear contra el envenenador; solicito tambi�n vuestras
congratulaciones. �Es mucho pedir?
―
Te damos congratulaciones, aprobaciones, parabienes, adhesiones, devociones y
conformidades ―susurraron
aquellos bergantes.
Calvo
sali� de la Metr�poli, y los mandarines se refugiaron en el Palacio de los
Compromisos, esperando acontecimientos. Mientras tanto, un tal Mundacio, hombre
lampi�o, apodado Lego
de las Improvisaciones, recorr�a las calles, gritando con un jifero pita�oso:
―
�Paso al Gran Lego de las Decisiones! Sabed que los mandarines ordenaron que
nos manifestemos espont�neamente en pro de nuestro Conductor, el Proc�nsul
Calvo, �nico, Valedor, Pacificador, Salvador del Imperio.
Con
esta m�mica arrastr� una gran multitud hasta el cub�culo de los mandarines, a
cuya puerta solicit� la aparici�n y asenso de aquellos. Empero, las ventanas
permanecieron cerradas, y todo el edificio en silencio, como dejado de sus
habitantes. Cuando march� el �ltimo de los manifestantes, los crep�sculos
pensantes llamaron al Lego y le esclafaron:
―
�Insensato!, �qui�n te mand� adherirte a Calvo?, �qui�n te orden�
complicarnos en esto?
―
No os comprendo, padrecitos. Esta ma�ana disteis congratulaciones, adhesiones y
parabienes al Proc�nsul ―replic�
temeroso el Lego.
―
Esta ma�ana era Calvo un suceso irremediable. Mas puede ocurrir que al
anochecer aparezcan otros sucesos. Dice la Escritura que a un suceso inexcusable
reemplaza otro m�s inexcusable ―sentenciaron
los mandarines. Y le volvieron la espalda en se�al de desprecio.
Mundacio
se conturb� definitivamente, y, como tir�ndoles de las vestiduras, pregunt�:
―
�Perder� Calvo?, �ganar� Cirilo? �Qu� dec�s?
―
Decimos que vencer� el protegido de los dioses.
―
�Y qui�n es?, �por qu� se�al le conoc�is?
―
El protegido de los dioses es un hecho consumado. Y cualquier Proc�nsul
victorioso, dispuesto a ejercer el Poder conquistado, es un hecho consumado ―manifestaron
los pensantes.
Mundacio
comprendi� su error, sud� fr�o, y, yendo como perro tras los mandarines,
gimote� palid�simo:
―
Mis amos, tened piedad; me hab�is tratado desde ni�o y sab�is que soy un
zoquete sin luces y un bambaina que gusta sacar la panza sirviendo a cualquier
Dictador. En m� no hay mayor maldad que la vanidad, pero el jifero pitarroso ya
es otra cosa.
―
Por desgracia, hijo, no hemos de perdonarte nosotros, sino el vencedor de la
contienda ―dijeron
los reflexivos. Y siguieron recrimin�ndole de esta manera:
―�Ay!,
Mundacio, te llaman el Lego de las Improvisaciones, y deber�an llamarte el Lego
de las Inoportunidades; pretendes
ser el Lego de las Decisiones, y no eres m�s que un aficionado. �Qu� prisas
ten�as en incensar?, �qu� urgencias en colaborar?, �qu� premuras en
participar? Por tu impaciencia dependes de un combate, como si fueras un espada,
y no un moralista, un pol�tico. �Quita!, no te arrastres y m�ranos
despreocupados de las noticias. Cuanto cambia y muda, se acomoda a la Escritura
en nuestros corazones, pues all� caben todos los hechos y su interpretaci�n.
Mundacio
llor�.
III
Libres
y sueltos en el campo, los dictadores se husmearon, se buscaron y se rehusaron,
arrasando de paso trescientas aldeas. Al cabo de un a�o, como ambos ej�rcitos
intentaran bordear un mont�culo, se encontraron frente a frente, y, sin m�s
pensarlo, se agredieron hasta quedar destrozados. Hablando en t�rminos de
guerra, podemos afirmar que Cirilo gan� el combate, lo cual fue igual para
todos, excepto para Calvo, que cay� en manos de los soldados de peque�o
esqueleto y hubo de comparecer ante el envenenador, aposentado en una tienda
enjaezada.
―
Mi hermano, porque la regla tradicional no consiente la estada de soldados
extranjeros en la Metr�poli, voy a licenciar mi chusma de peque�o esqueleto.
Solemnicemos esta novedad con un fest�n de dictadores ―dijo
Cirilo sin mayor pre�mbulo ni salutaci�n.
―
Yo convido ―exclam�
Calvo.
―
�Ni pensarlo! En este Reino, yo soy el �nico que ofrece banquetes y recibe
invitados. �Si�ntate! ―sentenci�
el envenenador.
―
No ceno, estoy desganado ―porfi�
Calvo.
―
Tomar�s por lo menos unos n�scalos ―declar�
Cirilo y le oblig� a ocupar la mesa.
Aquella
noche muri� Calvo, como era de esperar, y el otro volvi� a la Ciudad, no sin
antes arreglar las cuentas con sus proveedores de v�veres. Por fin entr� y fue
recibido por la tradicional procesi�n de mandarines arreados, que le condujeron
nuevamente al Palacio de los Compromisos, donde lo invistieron como
�nico Conservador del Imperio y Soluci�n de la Necesidad. Las viejas ceremonias
se repitieron mon�tonas:
―
�Qu� son las Cosas �ltimas? ―pregunt�
Cirilo con el desparpajo de quien sabe la lecci�n.
―
Hijo, las Cosas �ltimas son las cosas de los mandarines ―susurr�
el Gran Padre. Y de esta manera se avinieron, como siempre, la espada y la
Escritura.
IV
Transcurridas
las celebraciones, el Lego Mundacio corri� en busca del Mandar�n Pol�tico y
le susurr�:
―
Mi protector, mi salud, mi se�or, mi esperanza, etc�tera, he aqu� la lista de
quienes hablaron mal de Su Totalidad, nuestro Conductor, el Proc�nsul Cirilo,
encabezada por el maldito y pita�oso jifero. Hazme la caridad de entreg�rsela
e interceder por mi persona. H�blale de mi mala cabeza; inv�ntate cuanto
quieras.
―
No temas, Mundacio ―respondi�
el Mandar�n―:
Cirilo necesita de personas como t�, irremediables a cualquier Dictadura. Eres
un hombre de porvenir, una diligencia solicitad�sima.
Pocos
d�as despu�s, el Conservador del Imperio llam� a Mundacio y le escupi� este
p�rrafo:
―
Lego de las Improvisaciones, s� que ensalzaste a Calvo, mas no por hijo de
aquella Feliciana7, sino por dictador, lo
cual no me desagrada. Ahora s�lo tienes que escoger entre un dictador muerto y
otro vivo. Me propongo inaugurar una represi�n de advertencia y te quiero como
proxeneta. �Proc�rame nuevas listas!
―
Totalidad, por fin vuelvo a ser el Lego de las Decisiones ―exclam�
el delator. Y bes� las manos del Dictador. Luego march� a su casa repitiendo
estas palabras, hoy llamadas Aforismo de Mundacio: �Nunca sabemos si cometemos
errores para bien o para mal. Por consiguiente, no hay errores�.
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NOTAS
1.
Morada de las Leyes: Sala donde legislaban los mandarines.
2.
Porque as� me nombr� la famulilla: Hu�rfano de padre y madre, el Proc�nsul
Salvador fue criado por una sirvienta.
3.
Las Cosas �ltimas son las cosas de los mandarines: Tanto el Gran Padre como
Cirilo usan f�rmulas establecidas para investir Conciliadores.
4.
Totalidad: Tratamiento de Dictador
5.
�Ad�nde van los dictadores cuando cierran el ojo y estiran la pata?: Esta
pregunta pas� a la Historia de la Feliz Gobernaci�n con el nombre de Cuesti�n
de Salvador, y fue inscrita en el Libro de las Consultas.
6.
Fabia. Madre de Cirilo.
7. Feliciana: Madre de Calvo.